La Palabra me dice
Todos somos inocentes y todos somos culpables. Esta es la realidad, nos lo muestra la psicología profunda y la literatura. Pero también una observación más fina de nosotros mismos y de los demás.
Los cristianos creemos que hubo un solo inocente: Jesús. Por eso, no conviene abrir juicios sobre la gente, más allá de lo que haga o no haga la justicia profesional. Y el Maestro dijo: “No juzguen y no serán juzgados”.
Pero como Jesús entregó su vida, después de un juicio hecho con todas las de la Ley, también después de Él, hubo otros, nunca inocentes, que entregaron su vida por el Evangelio.
No sabemos casi nada del diácono Lorenzo, fuera de su incandescente amor a los pobres y su fidelidad a Jesús hasta la muerte. Pero si sabemos que vivió la micro parábola que hoy nos narra el evangelio de San Juan. El texto es introducido con la fórmula solemne del “Amén” que ha sido traducido “en verdad, en verdad les digo”, y que hoy ha sido retraducido también de otras maneras.
Después de haber usado varias veces la comparación de las semillas, Jesús habla esta vez del grano de trigo, que se queda solo, si no es sepultado en tierra. Es triste la soledad, el aislamiento, la esterilidad. El primogénito, si no hubiera dado su vida “por una multitud”, estaría solo. Haría la vida de hijo único, sin poder compartir precisamente la hermandad.
Pero el Hijo quiere lo que quiere el Padre; es decir, quiere otros hijos para el Padre y otros hermanos para Sí. Pero esto que vale para el Hijo muy amado, vale para sus hermanos los hombres.
Por eso, estamos llamados a seguir al Maestro dando la vida. Quien quiere salvarla, la pierde, porque en realidad, quien “odia” su vida, como dice crudamente el texto, la ama verdaderamente. Por eso engendrará vida, la conservará hasta la vida eterna y no se quedará solo.
La tradición dice que el diácono Lorenzo murió quemado en una parrilla. Es bueno pensar que de esa zarza ardiente salió la voz de Jesús: “Si alguien quiere servirme, que me siga. Donde esté Yo, estará también mi servidor”.
Quitémonos las sandalias, por favor.
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