La Palabra me dice
En este Evangelio se recogen tres sentencias o enseñanzas de Jesús, unidas por un hilo conductor: los pequeños.
En el primer caso son los niños, a quienes Jesús pone como los “modelos” del Reino, justamente a ellos, que no representaban nada en la sociedad judía. Él mismo se identifica con ellos, de modo que para entrar en el Reino, hay que ser como ellos.
El segundo caso se refiere a la actitud hacia los pequeños. Si alguien los desprecia, desprecia al mismo Jesús.
En el tercer caso, la parábola de la oveja perdida, está referida a los pecadores, porque el Padre “no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños”.
Dado el anhelo de grandeza que hay en el ser humano, aún detrás de las mejores disposiciones, estas sentencias contradicen directamente las aspiraciones más espontáneas de muchísima gente; en realidad, de todos nosotros.
Hasta el ideal de santidad puede estar contaminado de grandeza: ser grande a los ojos de Dios. Pero Él no mira ni exalta a los grandes, sino a los pequeños y a los pecadores.
Santa Teresita del Niño Jesús lo entendió bien, igual que el hermano San Francisco y Santa Clara, a quien hoy celebramos, quien nos invita a vernos en el espejo de Jesús. Él fue un niño, nacido en el abandono y pobreza de un pesebre. Y él es condenado por blasfemos y subversivo y colgado en la cruz al lado de malhechores.
Alguien ha escrito “el niño, que estaba en la imposibilidad de cumplir la ley, es el pariente más pobre del pecador, al cual en sí le sería posible observar la ley”.
Pero hacernos niños y estar con los pecadores son cosas verdaderamente muy difíciles. Generalmente, los creyentes que nos creemos cumplidores de la Ley con frecuencia nos alejamos de ellos, los condenamos o despreciamos. Y todavía hacemos actos de reparación por ellos.
Jesús, en cambio, nos invitó a ser como niños y acoger a los pecadores.
Podemos preguntarnos a cuántos niños de la calle estamos promoviendo y ayudando, a cuántos presos visitamos, a cuántos vecinos antipáticos o de “mala fama” tratamos como hermanos. Y qué capacidad tenemos de aprender de los pobres y humildes, que muchas veces nos dan verdaderas lecciones de bondad y solidaridad.
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