La Palabra me dice
Vivimos en tiempos de vínculos débiles. Pero si no cuentan los de la carne y sangre, y a veces tampoco los de la simpatía o amistad, el evangelio de hoy nos invita a construir la fraternidad de la fe.
Porque, como ya hemos citado, Jesús acaba de decir justo antes, que “el Padre del Cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños”.
Y entonces todos debemos sentirnos responsables los unos de los otros. Hay que reconocer que cuesta decirle a un hermano prójimo que debe corregir algo en su vida. Nos falta clarividencia, valentía o sinceridad. No es algo que nos nazca espontáneamente. La bronca, la reacción a veces brusca o gélida, o incluso el insulto, eso sí. Pero corregir en la caridad, buscar el momento oportuno, discernirlo con otro hermano, hacer el proceso del que nos habla el evangelio... eso nos cuesta increíblemente.
Y el hermano lo necesita, lo necesitamos todos, aunque a veces puedan no aceptarlo de buen grado o buscar mecanismos de defensa y adecuadas excusas, para lo cual somos muy ingeniosos.
Claro que la corrección fraterna presupone una cierta comunión, una comunidad. Y eso es lo que, muchas veces falta en nuestras parroquias anónimas o en nuestros colegios “de excelencia profesional”.
Pero precisamente porque la corrección evangélica no es obra de la carne ni de la sangre, necesitamos pedir incesantemente el Espíritu de Jesús. Por eso, Jesús nos invita a juntarnos, dos o más, para pedir al Espíritu que nos ayude a construir la verdadera fraternidad, que no es obra de hombres traicioneros, o pusilánimes. Una fraternidad donde la corrección también sea deseada, no sólo como un don del otro, sino como un don de Dios.
Porque todos somos deudores insolventes, pero Él ha pagado nuestras deudas para que podamos regalarnos el uno al otro la felicitación y la corrección. Esto vale también para la dimensión eclesial. Es misión de la autoridad invocar al Espíritu para estimular y corregir. Pero también la autoridad puede y a veces necesita ser corregida: nuestros curas, párrocos, superioras, obispos, dirigentes laicales. Todos tenemos que pedir al Espíritu la valentía y el discernimiento para la corrección y la humildad para recibirla.
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