La Palabra me dice
Vivimos tiempos en que el miedo parece atenazarnos. No sólo por la enfermedad, sino por la inseguridad. Se levantan rejas, se ponen alarmas, se exige presencia policial, los mismos vecinos crean sistemas de vigilancia y ayuda recíproca. El Evangelio de hoy nos invita a no tener miedo, pero a cultivar dos actitudes fundamentales en la espera del Señor. Porque Él vendrá, no sabemos cuándo ni cómo. Pero vendrá para hacer nuevas todas las cosas, para restaurar definitivamente lo que el pecado rompió y quebró.
En realidad, esta venida comenzó ya con la Encarnación, con la llegada de Jesús al mundo, su predicación del Reino, su Muerte y Resurrección.
Pero se nos dice también que volverá por segunda vez, no ya como un hombre cualquiera, sino con todo el poder de su gloria.
La parábola de los sirvientes nos llama precisamente a estar preparados para su venida. Él quiere encontrarnos sirviéndolo en la fidelidad y en la perseverancia.
El mundo constantemente trata de distraernos y de hacernos gozar los placeres inmediatos, que dejan detrás solamente hastío y vacío. Si no, miremos a nuestro alrededor: las guerras, las injusticias, la inequidad, las múltiples adicciones al sexo, la droga, el alcohol y el poder. Todas estas cosas entretienen a las personas por un rato y terminan destruyéndolas.
La parábola se refiere en primer lugar al servidor a quien se le ha confiado una responsabilidad en la dirección de la comunidad. Este servidor deberá poner especial atención en esta responsabilidad. No para renunciar a ella y descargarla sobre otros, lavándose las manos, sino para servir con mayor generosidad y entrega, sabiendo que su Señor llegará en el momento menos pensado. Y esta será la hora de la verdad.
Estas actitudes de atención y vigilancia no pueden sostenerse sin una continua y profunda oración. Precisamente, la oración nos hace conscientes, por una parte, de su presencia hasta el fin de los tiempos; pero por otra parte, nos recuerda que Él volverá para completar definitivamente su obra. Es un llamado especial a quienes tenemos alguna responsabilidad en la Iglesia. Y todos la tenemos. No solo los obispos, curas, monjas, dirigentes laicos de instituciones y movimientos, sino también la gente sencilla que no tiene cargos ni títulos especiales. Muchas veces, es precisamente la fidelidad de esta gente la que mantiene de pie, en una espera gozosa y vigilante a pesar de las dificultades, al Papa, obispos y sacerdotes.
Nadie puede sacarse el yugo de encima, tampoco los enfermos. Porque ellos, unidos a la cruz de Cristo, tienen mucho que aportar al crecimiento del Reino y a la preparación de su venida. Pero todos, como la viuda pobre del Evangelio, podemos ofrecer nuestras dos moneditas, que representan todo lo que somos y tenemos.
¿Vivimos de esta manera? ¿Esperamos con gozo, vigilancia y perseverancia la venida del Señor? ¿Nos hacemos cargo de lo que nos dijo cuando ya vino?
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