La Palabra me dice
Algo interesante para constatar, es que el único fracaso de Jesús no fue la cruz. Fracasó en su intento de persuadir a fariseos, escribas y sacerdotes, acerca de la interpretación de la antigua Ley y la proclamación de la nueva Ley. Fracasó con las multitudes, que gozaron de su ministerio de sanación y predicación y, sin embargo, luego pedirían su crucifixión. Fracasó finalmente, y esto es lo más doloroso, en su catequesis del Reino a los mismos discípulos, incluyendo a los doce.
El evangelio de hoy es una muestra clarísima de este fracaso. Él va a realizar todo un proceso de iluminación acerca de la verdadera naturaleza de su mesianismo. Y ellos no lo entenderán. Incluso algunos se opondrán tenazmente. Este es el caso de Pedro, que se atreve a reprender a Jesús por su enseñanza. Pedro será llamado Satanás, porque obstaculiza precisamente el verdadero reconocimiento del Mesías, que él pretende triunfador y glorioso, sin pasar por la cruz. Sus pensamientos son típicamente humanos, como los que tenemos nosotros hoy, cuando pretendemos que la salvación está en la seguridad, el dinero y la salud u otras formas más sutiles, como podrían ser la autosatisfacción de creernos buenos, nuestras devociones o lo que a veces hacemos por los demás.
Pero Jesús enseña a sus discípulos, es decir, a nosotros, que para poder seguirlo debemos llevar nuestra cruz. Precisamente, esto es lo que más nos cuesta aceptar, como le costó a Pedro y a los demás. En este sentido, nosotros podemos ser Satanás, aunque nos escandalice el epíteto.
La pandemia es una ocasión para mostrarnos hasta qué punto nos hemos asomado al misterio de la Cruz. Podemos preguntarnos cuánta solidaridad hemos desplegado en ayudar a otros, cuántas veces hemos violado cuarentenas exponiéndonos o exponiendo a otros hermanos, cuántas veces hemos orado y ayunado para que el Señor ayude a la Humanidad a sacar fruto de este dolor tan intenso que la recorre.
Nosotros ya hemos recibido el Espíritu de Jesús que Pedro y los doce aún no habían recibido y por eso no entendían. Pero nosotros, en cambio, no tenemos excusas. La Palabra de Dios es clara y aguda, que nos saca la careta que a veces oculta nuestra verdadera identidad.
Es cierto que podemos fracasar en el intento, por eso tenemos que seguir pidiendo que el Espíritu de Dios se derrame en toda la Iglesia. Para que todos entendamos que “el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará”.
No nos desanimemos, el Espíritu de Dios puede y quiere hacer su obra aún en las mentes y los corazones más duros. Como lo hizo en Pedro, Pablo y tantos otros.
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