Con corazón salesiano
Turín, 1854. La epidemia de cólera azota la ciudad. Don Bosco y los jóvenes del Oratorio no se quedan de brazos cruzados.
Don Bosco se da cuenta de que lo suyo no es suficiente. No puede permanecer encerrado en su casa, tratando de asegurar el cuidado de sus chicos, mientras allá afuera la gente sufre y se muere. Quiere hacer algo. El 5 de agosto Don Bosco habla con los jóvenes mayores. Les dice que él iba a ir a ayudar como voluntario, respondiendo al pedido de las autoridades. Inmediatamente, catorce jóvenes se ofrecen para ir también. Al día siguiente se ofrecen otros treinta.
En combinación con las autoridades, Don Bosco organiza tres grupos:
• Uno para apoyar el trabajo en los hospitales.
• Uno para visitar pacientes solos y auto-aislados.
• Uno para buscar por las calles a personas enfermas o cuerpos abandonados.
Quienes quedan en el Oratorio comienzan a hacer turnos de oración por las personas afectadas y por quienes han ido a ayudarles. No se desentienden ni de la situación en la ciudad ni de la vida de sus compañeros. Cada uno de estos equipos trabaja de a pares y llevando máscaras. De acuerdo a las recomendaciones de las autoridades, cada joven lleva una botella de vinagre para lavarse las manos antes y después de tocar a una persona infectada. Si se quedan sin vinagre, tienen que volver al Oratorio inmediatamente, a reponerlo y continuar.
También proporcionan sábanas limpias a las víctimas y queman las usadas, para evitar los contagios. Las sábanas se vuelven tan escasas que la madre de Don Bosco, Margarita, toma los manteles del altar de la iglesia para dárselos como sábanas a quienes las necesitan. No sin un lógico temor, los jóvenes, junto con Don Bosco, igualmente habían salido confiados a atender a los enfermos… Es que cuando se inició la epidemia, Don Bosco les había dicho: “Si nos mantenemos en gracia de Dios, llevamos al cuello esta medalla de la Virgen que les estoy dando, estamos atentos a las indicaciones, y antes de salir rezamos juntos, les prometo que ninguno se enfermará”.
Ninguno de ellos fue golpeado por la enfermedad. Nadie se contagió. Se cumplió la promesa de Don Bosco. El trabajo de los chicos fue tan extraordinario, que fue reconocido por las propias autoridades y los diarios de Turín.
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