Con corazón salesiano
De las Memorias del Oratorio: “El Oratorio se organizaba de esta manera: los días festivos se daban facilidades para acercarse a los santos sacramentos de la confesión y de la comunión; además, establecimos un sábado y un domingo al mes para cumplir con este deber religioso. Por la tarde, a una hora determinada, se entonaba un canto breve y se impartía catecismo; después, un ejemplo y la distribución de algún objeto de regalo, bien a todos o bien sorteándolo. [...] En general, el Oratorio se componía de picapedreros, albañiles, estucadores, adoquinadores, canteros y otros que venían de pueblos lejanos. Particularmente los últimos, como no conocían dónde se encontraban las iglesias ni conocían a compañeros, estaban expuestos a peligros de perversión, sobre todo en los días de fiesta. El buen teólogo Guala y Don Cafasso estaban contentos con la reunión de muchachos y me proporcionaban con agrado imágenes, impresos, opúsculos, medallas y pequeños crucifijos para los regalos. Alguna vez me suministraron lo necesario para vestir a los más necesitados y alimentar a otros durante varias semanas hasta que conseguían ganarse el pan con su trabajo. [...] El teólogo Guala, deseando que celebráramos una bonita fiesta en honor de santa Ana, patrona de los albañiles, después de las funciones religiosas de la mañana, invitó a todos a desayunar con él. Se juntaron casi un centenar en la gran sala, llamada ‘de las conferencias’. Les ofrecieron en abundancia café, leche, chocolate, galletas, panecillos, pastas y otros dulces que tanto gustan a los chicos. ¡Es de imaginar cuánto ruido hizo aquella fiesta y cuántos hubiesen venido de permitirlo el local!”
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