Colegio Don Bosco Iquique

Domingo, 06 Diciembre 2020

Evangelio lunes 7 de diciembre 2020.

La Palabra dice

Lc. 5, 17-26 - “Hemos visto cosas maravillosas”. 

Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para sanar. Llegaron entonces unas personas trayendo a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para ponerlo delante de Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron por entre las tejas con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.
Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: “Hombre, tus pecados te son perdonados”.
Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: “¿Quién es éste que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: “¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: ‘Tus pecados están perdonados’, o ‘Levántate y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados —dijo al paralítico— a ti te digo, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa”.
Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: “Hoy hemos visto cosas maravillosas”.

 

La Palabra me dice

Un gran gentío rodea a Jesús; también algunos fariseos y maestros de la ley venidos de otros pueblos. De pronto, después de algunos intentos, un grupo de hombres descuelga a un paralítico en su camilla desde una azotea, buscando acercarlo hasta Jesús. De inmediato, sus palabras despiertan el escándalo entre los doctores de la ley: ¿quién podría atribuirse el poder de perdonar los pecados de un hombre enfermo? Jesús resiste la confrontación y a los ojos de todos, acontece el milagro. Para la comprensión judía la enfermedad era un castigo; consecuencia del pecado del enfermo o de sus padres. Eso justificaba que hombres, mujeres y niños fueran marginados sin piedad y hasta apartados, excluidos de la misma sociedad. Pero Jesús va más allá. Sus gestos ponen al descubierto las mezquindades de la ley y lo alejan de toda controversia: no solo no los rechaza, sino que les ofrece la curación. La autoridad de su palabra les da la vida, la salud y la paz perdida. Las curaciones son signos de la llegada del Reino a estos sectores hundidos en el sufrimiento y la alienación. Entre ellos, manifestará Jesús que la Buena Noticia llega hasta los bordes de la sociedad y se aparta de los espacios de poder ávidos de gestas salvadoras y proezas espectaculares. Toda la actividad de Jesús responderá este proyecto mayor y las curaciones comenzaban a develar la identidad de su práctica liberadora. El Salvador esperado, el enviado del Padre para proclamar el Reino, venía también a curar y perdonar.

Lo que arranca al hombre de su parálisis es la fe. Cosas maravillosas ocurren en la vida de los que creen en este nuevo poder. Lo que sana es el don, aceptado y recibido, en un corazón confiado.

Con corazón salesiano

Una fuerte pasión educativa lanzó a las primeras Hijas de María Auxiliadora a inventar respuestas a las diferentes formas de pobreza y marginación de las mujeres de su tiempo. Sus gestos ponían al descubierto el amor preferencial que las movía, hasta hacerlas capaces de desatar —aún en las más heridas— procesos de liberación de posibilidades y dones insospechados. “Hay que educar para la vida —recomendaba la madre Emilia Mosca a una joven educadora— [...]. Eulalia, trata de querer, de querer mucho a tus educandas, a tus alumnas. Toma como máxima alabar y animar un acto bueno, mucho más que castigar una falta”. Y seguía: “Son raras las niñas que se rebelan contra la bondad; la disciplina se obtiene con la bondad y con la firmeza y con no pedir nunca nada superior a las fuerzas de la niña, [esto] la reprime en vez de ayudarla a conquistar la santa libertad de los hijos de Dios”.

Juntas, hacían maravillas en la vida de las jóvenes que la Providencia confiaba a su cuidado, y con ellas, implicadas en sus historias, crecía cada día su naciente identidad.

A la Palabra, le digo

Dame, Señor, tu mirada y entrañas de compasión;
dale firmeza a mis pasos, habita mi espacio y sé mi canción.
Dame, Señor, tu mirada y entrañas de compasión,
haz de mis manos ternura y mi vientre madura, ¡Aquí estoy, Señor!
Ponme, Señor la mirada junto al otro corazón
de manos atadas, de oculta mirada, que guarda y calla el dolor.
Siembra, Señor tu mirada y brote una nueva canción,
de manos abiertas, de voz descubierta sin límite en nuestro interior.

De 
Dame Señor tu mirada, de Cecilia Rivero

Link canción:

https://www.youtube.com/watch?v=_QwTLZUP0vE

Fuente: donbosco.arg.or/youtube/google.

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